Respuesta:
El sagrado Corán contiene mucha información acerca de la seguridad del Profeta Muhammad (la Paz y la Bendición sea con él y su descendencia):
“Concertamos un pacto con los hijos de Israel y les mandamos enviados. Siempre que un enviado venía a ellos con algo que no era de su gusto, le desmentían o le daban muerte”. Corán 5:70
Este versículo asegura que el Profeta Muhammad (la Paz y la Bendición sea con él y su descendencia) posee una gran protección en contra de los seres humanos. Ningún poder humano, de acuerdo a la profecía, puede destruir su vida. Si el Profeta muriera en el campo de batalla o fuera asesinado, lo dicho en el Corán sería falso y la profecía desvirtuada.
Bajo las condiciones las cuales vivió el Profeta, la profecía estaba en contra de las expectativas humanas, desde la época en la que el Islam fue proclamado públicamente, el Profeta enfrentó a la hostilidad pública. Fue señalado como el único enemigo de los mequinenses. Su vida se vio rodeada de problemas, constantemente bajo amenaza y por muchos años sin ninguna protección física. Cuando su defensor Abu Talib murió, no podía encontrar protección ni siquiera en el santuario sagrado (Kaaba), de forma que se le imposibilitaba predicar su mensaje a los pelegrinos.
Los líderes más importantes hicieron un pacto solemne para atraparlo y matarlo. Cuando el escapó, fue ofrecida una gran recompensa por su captura, vivo o muerto. Antes de su partida a Medina la vida de Muhammad estuvo a punto de ser tomada y se esperaba que el Islam fuera borrado, mientras aún era solo una chispa.
Después de llegar a Medina, las batallas empezaron y los musulmanes fueron empujados a conflictos violentos en los cuales siempre fueron sobrepasados en número. Los mequinenses ponían en contra de los musulmanes a las tribus del desierto, los gobernantes de las naciones no árabes fueron exasperados vehementemente, por el lenguaje usado por Muhammad al invitarlos a adherirse al Islam. Un ejemplo de estas invitaciones es el mensaje a Heráclito, el emperador bizantino:
“En el nombre de Dios el clemente, el misericordioso Muhammad el hijo de Abdullah, el apóstol de Dios, para Heráclito, el grande de los romanos. Ciertamente te envió esta invitación al Islam. Convierte al Islam y te salvarás. Dios te recompensará el doble. Si te rehúsas, serás agobiado con el pecado de tus súbditos. La gente de la escritura, viene con palabras equitativas entre nosotros y tu: que no adoremos sino a Dios, y que no asociaremos nada a Él, y que no nos tomaremos unos a otros por señores junto con Al-lah todopoderoso, pero si dan la espalda, entonces Di: somos musulmanes”[1].
A pesar del peligro el cual rodeaba al Profeta, vivía una vida común y corriente. No tenía guarda espaldas y peleaba en las batallas, a veces en la primera línea. Caminaba las calles en las noches y vivía en una casa sin seguridad. Había muchas oportunidades para asesinarlo, y le hicieron muchos atentados, pocos de estos fueron mencionados.
Un día él estaba durmiendo solo, al pie de un árbol retirado de su campamento. Fue despertado por un sonido y he aquí, el vio a Durthur, un guerrero enemigo de pie sobre él, con su espada desenfundada. “¡Oh, Muhammad!” –Gritó-, “¿quién te salvará?” “DIOS” -respondió el Profeta-. Por alguna razón desconocida, Durthur dejo caer su espada, la cual instantáneamente fue agarrada por el Profeta, blandiendo la espada el Profeta exclamó: “¿Y ahora quien te salvará a ti, ¡Oh, Durthur!?“¡Al-lah, nadie más!” -respondió el guerrero-. “Aprende de mi a ser misericordioso” y diciendo esto le devolvió su espada; el corazón desolado estaba sobrecogido; entonces, reconoció a Muhammad como el Profeta verdadero y abrazó la fe.
En otra ocasión, el profeta Muhammad fue a visitar a unos no musulmanes en compañía de algunos de sus seguidores. Una comida fue preparada, afuera de la casa del jefe de la tribu. Sin embargo, el Profeta sabía que había sido traicionado por un señuelo, como él se sentara a comer, sería aplastado por una roca arrojada desde la terraza de una casa, sin dar a entender su conocimiento de la traición; salió abruptamente y regreso a Medina.[2]
Más de una vez, Muhammad fue abandonado en la batalla por sus compañeros, luchando frente a miles de paganos. Para ese tiempo, era el blanco de las fuerzas enemigas y extremadamente vulnerable. Entonces, vale la pena preguntarse. ¿Habría Muhammad estado tratando de perpetuar una mentira? De ser así, le hubiese sido más sencillo escoger una profecía más creíble que probara la verdad.
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