El ser humano, como las demás criaturas, está atravesando el camino hacia la perfección. El paso del tiempo y los estados existenciales cambiantes causan en la sociedad humana nuevas circunstancias las cuales están acompañadas de un incremento en la necesidad de nuevas formas de orientación. Cada fase nueva del progreso humano demanda una nueva forma de vida, un nuevo conjunto de obligaciones y normas apropiadas a la guía necesaria para esa fase en particular. Bajo este punto de vista, ninguna religión o forma de vida puede considerarse legítimamente eterna, no siendo la Sharia del Islam la excepción.

Por lo tanto, cuando el Profeta anunció que él era el “Sello de los Profetas”[Ĵatam an-nabiyin], él quiso decir, afirman estos “modernistas”, que hasta su tiempo, debido a la deficiencia de la inteligencia humana, la humanidad tenía la necesidad de ser guiada por la sabiduría Divina, la cual está por encima de la inteligencia humana. Sin embargo, la madurez humana, la cual ha sido facilitada con la aparición de las sociedades griega, romana e islámica y con la revelación de los libros divinos Tora, Biblia, Corán— (i.e. Guía supra-humana) ha sido elevada a una nueva altura intelectual, liberando a los humanos de la necesidad de una guía profética y facultándolos a valerse por ellos mismos. Esta es la esencia del argumento que se está tratando.

Hay varias fallas en este argumento. Primero, aunque es cierto que tanto el individuo como la sociedad humana se dirigen hacia la perfección, no obstante, el ámbito de la perfección humana es finita en términos tanto de calidad como de cantidad, ya que el ser humano es una criatura finita. La perfección humana, no obstante vasta y profunda, tiene sus límites, y por lo tanto debe haber necesariamente una fase en la cual la forma de vida y sus normas deben dejar de progresar. Así, contrario a la hipótesis mencionada arriba, el progreso humano indica verdaderamente que debe haber una religión definitiva e invariable (así como todo movimiento finito tiene un término).

Segundo, considerar las civilizaciones griega y romana (las cuales fueron de hecho productos de una cosmovisión pluralista e idólatra) como divinas y supra-humanas es desconocer la condena explícita que hace el Corán de las civilizaciones paganas que son agentes de desviación que implican condenación. El Corán afirma que los caminos de estas civilizaciones, aunque parezcan virtuosos, eran profanos y obviamente los caminos profanos no pueden llevar a la felicidad (los versos coránicos que hacen referencia a este respecto son tan numerosos que no hay necesidad de citar ninguno en este apartado).

 En tercer lugar, la inauguración de una nueva religión en el siglo séptimo de la era cristiana por el ministerio del Noble Profeta mismo, es un testimonio en contra de la aseveración de que el ser humano posterior al Islam no está en la necesidad de la Ley Divina, especialmente teniendo en cuenta la afirmación del Corán acerca de que el Islam incluye la esencia de todas las Revelaciones divinas anteriores:

 “Él ha establecido para vosotros los mandatos de la fe que ya había encomendado a Noé y que también Nosotros te hemos revelado a ti, y lo que habíamos encomendado a Abraham, Moisés y Jesús...” (Corán; 42:13)

Dios, el Altísimo, resalta esta verdad aún más al referirse a la religión definitiva en su libro como obediencia, explicando que ésta era también la religión de Abraham y que es la única fe aceptable, la cual nadie puede rechazar :

“Ciertamente la religión ante Dios es el Islam.” (Corán; 3:19)

“Y a quien desee otra creencia diferente al Islam no se le aceptará y en la otra vida será de los perdedores”. (Corán; 3:85)

“…Él os ha elegido y no ha puesto en la religión, la creencia de vuestro padre Abraham, ninguna dificultad para vosotros. Él os ha llamado musulmanes anteriormente…” (Corán; 22:78)

“Cuando Dios y Su Mensajero deciden un asunto, los creyentes y las creyentes no tienen elección sobre ese asunto y quien desobedezca a Dios y a Su Mensajero se habrá extraviado con un extravío evidente”. (Corán; 33:36)

Decir que todas estas exhortaciones fueron dirigidas específicamente al Profeta y, como tal, no nos conciernen, es pasar por alto expresiones como “¡Oh personas!” “¡Oh, personas de fe”, que abordan de manera explícita a la humanidad o a la comunidad de los creyentes en general. Aceptar el argumento de que el ser humano posterior al Islam no tiene necesidad de una religión revelada privaría de todo sentido a los estímulos del Corán hacia los creyentes y a las amenazas a los que desobedecen los mandamientos de Dios.

¿Sería razonable argumentar que la guía del Noble Profeta hacia la religión que él presentó no era más que una recomendación y podría decirse que con el verso, “Muhammad... es el Enviado de Dios y el Sello de los Profetas...” (Corán; 33:40), la intención de Dios era que las personas estuvieran a partir de ahora relevadas de la obligación de la obediencia a la Ley Divina y libres de dirigirse hacia la perfección de acuerdo con los dictámenes de su intelecto y que la obediencia al Islam era sólo un asunto opcional?
Hacer este tipo de argumentos equivale a admitir la noción de la democracia, bajo la cual la base de las normas sociales se deriva de la voluntad de la mayoría. Sin embargo, ¿trató alguna vez el Profeta de obtener el consentimiento de una mayoría de musulmanes antes de instituir cualquiera de los rituales islámicos —como la oración canónica, el ayuno, el azaque, la peregrinación, o la yihad? No hay evidencia en los libros de historia y en las hagiografías que respalden dicho punto de vista. Él sí solicitó el consejo de los musulmanes para decidir acerca de algunos problemas sociales (como el consejo que convocó previo a la Batalla de Uhud para decidir si el ejército musulmán debía permanecer en la ciudad y defenderla o salir de la misma y luchar contra el enemigo en un sitio lejano), pero eso fue sólo en la decisión sobre qué camino tomar en la realización de un deber Divino, no en el establecimiento del deber mismo. Obviamente, en primer lugar la consulta sobre la forma de cumplir con un deber, no es lo mismo que la consulta en cuanto a si el deber debe realizarse.

Otra posible interpretación del versículo: “Muhammad... es el Apóstol de Al-lah y el sello de los Profetas...” es que el Islam es verdaderamente una religión divina, pero ya que la línea de los profetas llegó a su fin con el ministerio del Profeta, sería admisible, después de la época del Profeta, modificar o sustituir, de conformidad con las sentencias dictadas por la “razón” cualquier artículo de fe reconocido como inconveniente, al tener en cuenta las circunstancias. La esencia de esta interpretación es que una Ley Divina como lo es el Islam, al igual que cualquier otra ley social está sujeta a sufrir cambios con el paso del tiempo y el cambio de las circunstancias. Los primeros califas opinaban así y, de hecho la pusieron en práctica. Ellos Prohibieron y alteraron una serie de prácticas religiosas que habían sido establecidas por el Profeta y practicadas durante su vida. Fue por esta razón que la escritura y la transmisión de los dichos proféticos estaba estrictamente prohibido en el primer siglo de la era islámica, en tanto que se estimulaba la escritura del Corán, con el pretexto de proteger el honor del mismo. Este punto de vista (i.e., la mutabilidad de los artículos de la ley islámica), aunque tiene el apoyo de muchos estudiosos, especialmente dentro de la escuela de pensamiento sunita, está en claro contraste con la aseveración inequívoca del Corán acerca de que la sagrada religión del Islam nunca permite tales alteraciones. El Corán hace hincapié, conforme con los preceptos de la naturaleza humana primordial, en la necesidad de aceptar la verdad, advirtiendo que la desobediencia a la verdad no llevaría sino a la perversión:

“Y ¿qué hay más allá de la Verdad, sino el extravío? (Corán; 10:32)

Del mismo modo, el Corán asevera que la Verdad es en esencia el fin último al que conduce el Islam y por lo tanto es inviolable:

“…Y en verdad es una escritura poderosa, a la que no alcanzará jamás la falsedad”. (Corán; 41:41-42)

No hay ninguna posibilidad de alteración en un libro cuyo contenido es inmune al error y a la invalidación. Por otra parte, el Corán reserva particularmente a Dios la autoridad para decretar leyes, rechazando categóricamente la posibilidad de que cualquier persona comparta su autoridad:

“El juicio pertenece sólo a Dios. Él ha mandado que no sirváis sino a Él.” (Corán; 12:40)

“Cualesquiera que sean vuestras discrepancias, Dios es quien las arbitra...” (Corán; 42:10)

Obviamente, cuando sólo Dios tiene la autoridad de decretar la ley, no sería razonable suponer que los seres humanos puedan confiar exclusivamente en la razón humana para promulgarlas, independientemente de la Ley Divina.

Debe señalarse una vez más que existen normas en la ley islámica que pueden ser alteradas. Estas normas están bajo la autoridad del gobernante islámico. El gobernante islámico puede promulgar normas para satisfacer las necesidades de diversas circunstancias, pero sólo en el marco de “la Sharia”.
La relación del gobernante islámico con la sociedad musulmana es similar a la de un tutor legal con esa sociedad en miniatura que es la familia. El tutor puede hacer lo que considere necesario para garantizar los intereses de la familia. Él puede dar órdenes a los miembros de la familia, si ellas son beneficiosas para la misma. Si los derechos de la familia son transgredidos, el tutor puede defenderlos o si la prudencia lo exige, puede permanecer en silencio. Por supuesto todas sus acciones y órdenes deben ajustarse a ley islámica. Él no debe llevar a cabo acciones o dictar órdenes que entren en conflicto con el Islam. Lo mismo es aplicable cuando se trata del gobernante islámico. Él está facultado por la ley islámica para defender la seguridad de la nación musulmana convocando a la yihad. Puede firmar tratados con otros estados para asegurar la paz. En caso de que las circunstancias lo exijan, él puede imponer algunos impuestos ya sean para la guerra o para

Todas esas decisiones, sin embargo, deben estar bajo el marco del Islam y deben responder a las necesidades de los tiempos. Tan pronto como estas necesidades hayan sido satisfechas, las normas respectivas terminan.

En conclusión, la ley islámica incorpora dos tipos de normas: mutables e inmutables, estas últimas constituyen la Sharia.

“En verdad, dimos a los Hijos de Israel la Escritura, el juicio y la profecía y les proveímos de las cosas buenas y les favorecimos por encima de todos los pueblos. Y les otorgamos pruebas claras del asunto.

Así pues, no tuvieron diferencias hasta después de haber venido a ellos el conocimiento, por envidia entre ellos. En verdad, tu Señor juzgará entre ellos el Día del Levantamiento sobre aquello en lo que tenían diferencias.

Luego, te pusimos en la senda del asunto. ¡Síguela pues y no sigas los deseos de quienes no saben! (18) En verdad, ellos no te podrán beneficiar en nada frente a Dios.

Y, en verdad, los opresores se protegen uno a otros y Dios es el protector de quienes le temen. (Corán; 45:16-19)

Las regulaciones mutables, que el gobernante islámico promulga para proteger los intereses de la nación musulmana caducan cuando las circunstancias que las habían exigido cambian.

 

Fuente: EL ISLAM Y EL HOMBRE CONTEMPORANEO, (Conjunto de preguntas realizadas a Al-lamah Tabātabā’i); Editorial Elhame Shargh

www.islamoriente.com, Fundación Cultural Oriente




En discusiones acerca de la sociedad, se ha reiterado una y otra vez que el ser humano, debido a las necesidades críticas que le rodean y que no puede satisfacer individualmente, no tiene otra opción sino escoger la vida social, de esta forma él se habitúa a una existencia social. Además, en asuntos relacionados con la jurisprudencia, como podemos haber oído muchas veces, se considera que con el objetivo de satisfacer las necesidades fundamentales de los individuos, la sociedad debe regirse por un conjunto de normas apropiadas a las necesidades de los individuos y que por medio de éstas, cada individuo pueda proteger sus derechos auténticos, disfrutar de los beneficios de la vida en sociedad, y gozar de los frutos de la interacción social.

Como puede deducirse de los dos puntos mencionados, el factor principal y primordial al instaurar leyes para una sociedad es satisfacer las necesidades humanas fundamentales, sin las cuales la vida no sería tolerable. El resultado directo de formar una sociedad y de implementar las normas establecidas es la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales. Por definición, el término sociedad no puede aplicarse en forma precisa a un grupo de personas que no interactúen significativamente entre ellas. Es más, las normas cuya formulación o implementación no afectan positivamente la satisfacción de las necesidades de las personas y la obtención de su alegría y felicidad, no son normas auténticas; una norma debe satisfacer las necesidades y proteger los derechos de las personas.

Es inevitable la presencia de normas que, al menos parcial y de una manera imperfecta satisfagan las necesidades de una sociedad y sean aceptadas generalmente por los individuos, así sea en las sociedades más primitivas e incivilizadas. Sin embargo, en sociedades incivilizadas las normas se mantienen en forma de hábitos y costumbres tribales que son el resultado de interacciones fortuitas materializadas en un periodo de tiempo o de la coacción por parte de los elementos más poderosos de la sociedad. Aún en nuestra era, hay comunidades tribales en varios lugares del mundo que continúan prosperando siguiendo sus hábitos y costumbres. Deben existir sin embargo, normas con las cuales todos o la mayoría de los individuos estén de acuerdo y que sirvan como base de la sociedad. En una sociedad civilizada, si es religiosa, la concesión divina regiría, si no lo es, sería gobernada de acuerdo con normas nacidas de la voluntad de la mayoría, ya sea directa o indirectamente. Lo cierto es que no puede existir una sociedad cuyas personas no estén unidas por un grupo de deberes y normas.

Medios para establecer las necesidades sociales y humanas del individuo

Ya que se ha aclarado que el factor más influyente en la formulación de las normas es la satisfacción de las necesidades de los individuos en una sociedad, debemos hacernos otras preguntas relacionadas: ¿Cómo puede uno determinar las necesidades sociales y humanas del individuo (por supuesto ellas deben reconocerse ya sea de inmediato o no, en alguna medida)? ¿Puede el ser humano equivocarse al determinar sus deberes sociales e individuales? ¿O lo que sea que el determine, lo lleva a la felicidad y debería respaldarse sin ninguna duda (lo que equivale a decir que los deseos propios son suficientes para aprobar las obligaciones a las que llevan)?

La mayoría del “mundo moderno” reconoce que la voluntad de la población es la fuente de la ley. Sin embargo, debido a la imposibilidad o rareza de que la totalidad de la población de una nación esté de acuerdo en un asunto, en comparación con los asuntos en los que no coinciden, la voluntad de la mayoría absoluta (51%) se toma como válida y la voluntad de la minoría (49%) se rechaza, de esta manera se priva a la minoría de su libertad.

Sin duda, hay una relación directa entre los deseos de la gente y el medio en que viven. Un hombre rico, quien ha suplido todas sus necesidades, se imagina planes que nunca se le ocurrirían a un menesteroso.

En caso de inanición, uno anhelaría cualquier alimento posible, sea delicioso o no. Sin el más mínimo escrúpulo (inclusive si fuese ajeno). Pero cuando se está saciado, el ser humano únicamente busca las comidas más deliciosas. En tiempos de bienestar, el ser humano abriga pensamientos que nunca consideraría en tiempos de aflicción. Basándose en esta realidad, la evolución de la sociedad humana, habiendo satisfecho muchas de las viejas necesidades y luego de reemplazarlas con unas nuevas, ha vuelto algunas normas antiguas irrelevantes y ha motivado a la sociedad a reemplazarlas con nuevas leyes o a modificarlas. Así que, en naciones florecientes, las leyes y normas antiguas son reemplazadas constantemente por unas nuevas. La razón de este proceso, tal como se mencionó, es que la base de las leyes de las personas es la voluntad colectiva de la mayoría; es este aspecto el que le da credibilidad a las leyes y normas de una nación (aún si esa voluntad está en desacuerdo con los verdaderos intereses de esa nación).

Sin embargo, deberíamos considerar con mayor atención el factor fundamental que es el responsable del desarrollo de las leyes de la sociedad: ¿Trae el progreso social algún cambio a todas las esferas que preocupan a la humanidad? ¿Acaso no hay cualidades comunes compartidas por sociedades de todas las épocas? ¿La naturaleza humana (la cual es necesariamente la base de una parte de las necesidades humanas y así como otras necesidades, depende de variadas circunstancias, situaciones y ambientes) evoluciona? ¿No son las partes y órganos de nuestro cuerpo iguales a las de los primeros humanos? ¿No tienen las mismas funciones? ¿La guerra y la paz eran distintas a lo que son ahora? (Asesinato de seres humanos y cese de ese derramamiento de sangre). ¿La intoxicación era distinta en los tiempos de Yamshid?[1] ¿El placer de escuchar la música de Nakisa y Barbad[2] era básicamente distinto al que produce la música de nuestros días? ¿La estructura natural del ser humano prehistórico es diferente a la del humano moderno? ¿Las funciones y reacciones internas y externas del ser humano prehistórico son distintas en algún modo a las del ser humano moderno?.

La respuesta a las preguntas anteriores es obvia. No sería verosímil decir que lo humano ha ido desapareciendo y que ha sido reemplazado por otra cosa. Tampoco sería creíble sostener que la esencia de la humanidad se ha desvanecida y ha sido reemplazada por una esencia distinta. De igual modo sería inverosímil argumentar que la naturaleza humana, la cual todos los seres humanos (blancos y negros, viejos y jóvenes, inteligentes e ignorantes, de las regiones polares y de las tropicales, del pasado, presente y futuro) tienen en común, no requiere de que existan necesidades en común o que los seres humanos no desean satisfacer sus necesidades esenciales.

Tales necesidades esenciales existen y necesitan de un conjunto de normas inmutables no sujetas a cambio alguno. Las naciones de todas las épocas se embarcarían indudablemente en una guerra, si se viesen enfrentadas a un enemigo que amenaza su existencia si fuese posible como modo de defensa, y si tal enemigo no puede repelerse a no ser por medio de una matanza, las naciones hallarían justificado el emplear dicha medida tan extrema. Ninguna sociedad puede prohibir legítimamente el consumo de alimento ya que este es uno de los factores que sostienen la vida, ni puede impedir la satisfacción del deseo sexual. Hay numerosos ejemplos de aquellos casos donde se necesitan normas inmutables.

La explicación anterior aclara los siguientes puntos:

* El factor principal responsable de la existencia de leyes y normas sociales es la satisfacción de las necesidades del individuo.

* Todas las naciones, incluyendo las primitivas, siguen leyes y normas que han establecido.

* El criterio para determinar las verdaderas necesidades de la vida, de acuerdo con el mundo moderno, es la voluntad de la mayoría.

La voluntad de la mayoría no siempre está de acuerdo con la realidad.

Una parte de las normas y leyes humanas cambia con el paso del tiempo en el transcurso del progreso social. Estas leyes y normas son las que están relacionadas con circunstancias específicas. Sin embargo, existen otras leyes y normas que atañen a la esencia de la humanidad, la cual comparten en común seres humanos de todas las épocas, independientemente de la diversidad de circunstancias y ambientes.

 

[1] En la mitología persa es el creador del vino.

[2] Dos músicos de la era preislámica que florecieron durante la dinastía Sasánida. (N. del T.)

 

Fuente: EL ISLAM Y EL HOMBRE CONTEMPORANEO, (Conjunto de preguntas realizadas a Al-lamah Tabātabā’i); Editorial Elhame Shargh

www.islamoriente.com, Fundación Cultural Oriente




Antes de embarcarnos en la respuesta a la pregunta anterior, hay que señalar que aunque por nuestra naturaleza amamos lo novedoso y preferimos sobre lo antiguo, hay excepciones a esta inclinación. No puede, por ejemplo, decirse que por el hecho de la gente haber afirmado por miles de años que 2 + 2 = 4”, esto sea obsoleto ahora y debe suprimirse. O bien, sería absurdo pretender que la estructura social de la vida humana, que hasta la fecha ha conservado la especie humana, es ya demasiado vieja y que de ahora en adelante los seres humanos deben vivir individualmente. La obediencia a la ley civil, que en gran medida restringe las libertades individuales, no puede ser abolida con la excusa de que sea obsoleta e irritante. Sería inaceptable si alguien afirmara que ya que en la época moderna el ser humano se ha embarcado en conquistar el universo viajando a nuevas galaxias en naves espaciales, haya que seguir una nueva ruta en la vida de este, la cual liberaría al individuo de la pesada carga de la ley, la legislación y los gobiernos.

La falsedad y lo absurdo de tales supuestos son bastante claros. El asunto de lo nuevo y lo arcaico es significativo donde haya espacio para la evolución, donde el objeto en cuestión permita la evolución y el cambio, fresco y nuevo un día, pero con el tiempo y después de encontrarse con las vicisitudes de la vida; débil y disminuido. Por lo tanto, las discusiones que tienen como propósito arrojar luz sobre la verdad (a diferencia de polémicas banales como debatir sobre los fenómenos naturales, los asuntos relacionados con el mundo de la creación y las leyes de la naturaleza) como la discusión que nos ocupa, declaraciones poéticas de la fábula de lo nuevo y lo viejo no tienen cabida: “Cada palabra corresponde a un determinado lugar y cada punto a cierta locación.”[1]

Volvamos ahora a nuestra pregunta: ¿Puede el Islam dirigir la sociedad humana, teniendo en cuenta las circunstancias de la época moderna? Por supuesto que esta pregunta parecerá superflua una vez que la realidad del Islam y el mensaje del Corán sean entendidos ya que el Islam señala la ruta a la cual apuntan la naturaleza humana y el orden cósmico. El Islam se ajusta a la naturaleza del ser humano. Como tal, proporciona y satisface las verdaderas necesidades humanas, no los deseos ilusorios o lo que dictan los sentimientos propios. Obviamente, siempre y cuando el ser humano sea lo que es, su naturaleza seguirá siendo la misma. A pesar del paso del tiempo, la diferencia en el hábitat, y las diversas circunstancias, los seres humanos comparten la misma naturaleza. Esta naturaleza exige una forma específica de vida, ya sea que los seres humanos estén dispuestos a seguirla o no.

En este sentido, la pregunta anterior puede reformularse: ¿Se alcanzarían la felicidad y la satisfacción de los deseos naturales si se sigue el camino que señala la naturaleza humana? Esto es similar a preguntar si un árbol alcanzaría su destino si creciera de manera natural, provisto de sus necesidades mediante su estructura inherente.

La respuesta a esta pregunta es obvia. El Islam es el camino de la naturaleza humana primordial. Por lo tanto, siempre es el camino correcto para el ser humano; permanece inalterable frente a diversas circunstancias; es la solución a nuestras necesidades reales. Las necesidades naturales e inherentes —no los deseos sentimentales y engañosos— son nuestras verdaderas necesidades. Es la satisfacción de estas necesidades inherentes la que genera la felicidad y la buena fortuna. En su libro, Dios dice:

“Levanta, pues, tu rostro hacia la religión, como un buscador de la fe pura, siguiendo la naturaleza esencial en la que Dios ha creado a los seres humanos, En la creación de Dios no hay cambios. Esta es la verdadera religión pero la mayoría de las personas no tienen conocimiento…” (Corán; 30: 30)

Expliquemos brevemente este asunto. Como es evidente, cada uno de los diversos tipos de criaturas que existen en el mundo de la creación persigue una forma específica de vida y subsistencia y sigue un camino único para su destino individual.[2] Cada criatura puede alcanzar la felicidad al recorrer la ruta hacia su propio destino evitando los obstáculos que pueda encontrar. En otras palabras, la felicidad se alcanza navegando por el camino de la vida y evitando los obstáculos potenciales con la ayuda del sistema innato, con el que toda criatura está equipada. El grano de trigo, por ejemplo, posee un camino único. En su estructura natural está incorporado un mecanismo específico que se activa cuando las circunstancias son propicias. Cuando se activa, el mecanismo inherente absorbe los elementos y los nutrientes necesarios en proporciones específicas necesarias para el crecimiento y subsistencia de la planta y los consume con el fin de conducir la planta hacia su destino específico. La planta de trigo no puede alterar los elementos internos y externos que participan en su crecimiento. No puede, por ejemplo, cambiar su rumbo repentinamente y convertirse en un manzano al crecerle un tronco, ramas, hojas y florecer.

Tampoco puede convertirse en un gorrión, y crecerle un pico y alas. Esta ley es válida para todas las especies, incluyendo al ser humano. El ser humano posee igualmente un camino natural e inherente para el perfeccionamiento de su vida, camino por el cual puede llegar a su destino, a la perfección y la felicidad. La naturaleza humana está equipada con el sistema especial que puede conducirnos por el camino innato y natural que nos lleva a cumplir nuestros verdaderos intereses. El libro de Dios afirma:

“Y por el alma y Quien la creó de forma armoniosa y equilibrada, Inspirándole lo que la corrompe y el temor que la mantiene a salvo, Ciertamente habrá triunfado quien la purifique y habrá fracasado quien la corrompa”. (Corán; 91:7-10)

Basándose en lo dicho hasta ahora, resulta claro que el verdadero camino de la humanidad que lleva a la felicidad, es aquel al cual conduce la naturaleza humana primordial, es aquel que asegura los verdaderos intereses del ser humano de acuerdo con los requisitos de la constitución humana y el mundo natural, independiente de si encontramos este camino aceptable o no, ya que son las emociones las que deben seguir las necesidades de la naturaleza humana y no al revés. Por lo tanto, la humanidad debe construir su vida sobre la base del realismo, no sobre las columnas temblorosas de la superstición y los ideales ilusorios fingidos por el sentimiento humano.

En esta verdad se encuentra la distinción entre la ley islámica y otras leyes. Las leyes predominantes que rigen las sociedades humanas siguen los deseos de la mayoría (es decir, el 51% de la población), mientras que la ley islámica se ajusta a la guía de la naturaleza humana primordial, la cual refleja la voluntad de Dios, el glorificado.

Es por esta razón que el Noble Corán declara la promulgación de leyes como privilegio de Dios:

“…En verdad, el juicio sólo pertenece a Dios.” (Corán; 12:40)

“Para quienes tienen certeza ¿Quién puede juzgar mejor que Dios?” (Corán; 5:50)

Los sistemas jurídicos que dominan las sociedades seculares se establecen ya sea por la mayoría o por un dictador, sin importar si se ajustan a la verdad y cumplen con los intereses colectivos de la sociedad humana. En la verdadera sociedad islámica, sin embargo, es la verdad la que dicta las normas; los deseos de los individuos ceden ante ella.

Por lo tanto, la respuesta a otra crítica, —especialmente la que afirma que el Islam está en conflicto con la tendencia natural de las sociedades modernas que gozan de absoluta libertad y satisfacen todos sus deseos, siendo así que esta sociedad no sucumbirán a las numerosas restricciones impuestas por el Islam— también está aclarada. Sin lugar a dudas, comparando el estado oscuro del ser humano moderno —con la depravación, el libertinaje y la opresión que impregnan todos los aspectos de la vida humana, poniendo en peligro su propia existencia— con el luminoso Islam, se puede encontrar la falta de armonía absoluta entre los dos. Sin embargo, cuando se compara la divina naturaleza humana primordial con el Islam —la religión primordial— uno comprende su perfecta armonía. ¿Es concebible que la naturaleza humana pueda estar en desacuerdo con el camino al que conduce? Desafortunadamente, sin embargo, la corrupción y la ilusión han contaminado la naturaleza primordial del ser humano moderno de modo que ya no reconoce el camino al cual intrínsecamente apunta su esencia.

La solución racional a este dilema consiste en luchar para lograr el estado deseado, no en desesperar y sucumbir. El Islam tiene que ponerse al frente y tomar el lugar de las otras ideologías y visiones del mundo que se oponen a él. Esto sin duda será un proceso arduo y requerirá de mucho sacrificio. La historia testifica que los nuevos métodos y regímenes se enfrentan invariablemente a la oposición feroz del estatus quo. Ellos prevalecen sólo después de ganar innumerables batallas (muchas de ellas sangrientas). Aun cuando prevalecen, toma tiempo borrar el nombre del antiguo oponente. La Democracia, que según quienes la proclaman, es el método de gobierno más favorable para las necesidades humanas fue establecida sólo después de acontecimientos sangrientos tales como la Revolución Francesa e incidentes similares en otros países. Del mismo modo, el Comunismo (que según sus defensores, es la síntesis de los esfuerzos progresivos de la humanidad y la más gloriosa bendición de la historia), en su estado incipiente experimentó mucho derramamiento de sangre que ocasionó la perdida de millones de vidas en Rusia, Asia, Europa y América Latina, hasta que finalmente echó raíces. En este sentido, el argumento de que las personas pueden encontrar difícil de aceptar las restricciones islámicas no es suficiente para demostrar la incompatibilidad del Islam con la sociedad moderna. Al igual que los otros sistemas, obviamente el Islam necesita tiempo para establecerse firmemente.

 

[1] Proverbio persa que subraya la imprudencia de hacer comentarios irrelevantes.

[2] Las siguientes aleyas testifican esta verdad: “Nuestro Señor es Aquel que le dio a toda cosa su creación (propia) y la guió.” (20:50)

 

Fuente: EL ISLAM Y EL HOMBRE CONTEMPORANEO, (Conjunto de preguntas realizadas a Al-lamah Tabātabā’i); Editorial Elhame Shargh

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