Respuesta:
Las sucesivas invasiones mongolas, que lograron arrasar el territorio islámico desde la India hasta el norte de Palestina, cegando decenas de miles de vidas y un acervo cultural irrecuperable, dejó al Oriente musulmán en un estado de indefensión y catástrofe, situación que había comenzado a fines del siglo XI con la llegada de otros poderosos invasores, los cruzados de Occidente que devastaron todo a su paso, desde Constantinopla hasta Jerusalén. Estos dos factores externos precipitaron la desaparición de una de las civilizaciones más tolerantes y pluralistas de la historia humana.
Sin embargo, la causa de la decadencia de la civilización islámica no se debió a la pérdida de soberanía política sino más bien a cuestiones internas. Desde fines del siglo XII, ciertos teólogos y juristas aprovechando las lógicas contradicciones sociales y desestabilizaciones institucionales producidas por las múltiples y feroces incursiones de cruzados y mongoles, cerraron las puertas a la investigación y el desarrollo, y al derecho del iytihad, que es el esfuerzo categórico para transformar y adaptar la jurisprudencia islámica al devenir de los tiempos, una postura absolutamente arbitraria y contraria al Corán y la Tradición (Sunna) del Profeta.
Este abandono del iytihad también tiene que ver con el alejamiento de la fuente de la guía islámica con posterioridad al profeta que se personalizaba en las figuras de los Imames de la Casa Profética. La persecución a la que fueron sometidos y el aislamiento con respecto a la libertad para ejercer su enseñanza y guía y rescatar a los musulmanes de los múltiples desvíos, provocó que los musulmanes perdieran la esencia del mensaje que le otorgaba todo ese dinamismo en permanente evolución.
De esta manera, prácticamente, fueron coartados y desestimados, en una gran parte del mundo islámico de entonces, los estudios artísticos, científicos y filosóficos. Y así, en muy poco tiempo, los al-Kindi, los al-Farabi, los Mas'udi, los Avicena, los Ibn Hazm, los Averroes y tantos otros científicos y pensadores, brillaron por su ausencia en el horizonte del Islam en general. Además, estos personeros de la ignorancia y la cerrazón cometieron una falta mucho más grave al tratar de argumentar sus juicios y disquisiciones con interpretaciones coránicas y legalistas antojadizas e injustificables.
La Comunidad (Umma) musulmana recibió en una parte importante de sí misma un golpe muy severo que produciría un estancamiento espiritual e intelectual que dura hasta nuestros días.
Mientras tanto, Europa, que supo usufructuar y llevar a la práctica los preclaros conceptos y descubrimientos de la Edad del gran desarrollo del Islam, disponía de los medios políticos, comerciales, materiales y militares que le habían de permitir imponerse en el mundo y colonizar y expoliar a los pueblos musulmanes.
Evidentemente, no resulta fácil responder a la pregunta sobre la decadencia del Islam. Pero podemos por lo menos avanzar algunos elementos de reflexión. Está claro que el Islam no ha conocido, como el Cristianismo, la Reforma y que no ha tenido que rendir cuentas ni ante una profunda conmoción endógena de su sociedad, como es el ejemplo de Europa desde el siglo XVI, ni ante un cuestionamiento filosófico incesante y desestabilizador. En la civilización que se desarrolla desde el Renacimiento en Occidente, y que se extiende hasta nuestros días a todo el planeta, el Islam es menos un protagonista que una víctima potencial. No es que sufriera de esclerosis congénita en su sustancia, todo lo contrario: constituyó, como es sabido, una de las mayores civilizaciones que la humanidad haya engendrado
Como escribió, en el libro "El Islam y la Ciencia", el profesor Pervez Amirali Hoodbhoy, doctor en Física nuclear de la Universidad Quaide Azam, de Islamabad, Pakistán: "Un marciano que hubiera visitado la Tierra en el año 1100 d.C. habría llegado a la conclusión de que la civilización árabe (islámica) era, con mucho, la más avanzada".
En la floreciente civilización islámica de los primeros cinco siglos de la Hégira, a pesar de sus distorsiones en la versión más oficial, la religión no fue un factor de inmovilismo, sino todo lo contrario. Actuó como motor de arranque, estimulando la búsqueda del saber y la superación humana en todos los sentidos, integrando y no segregando, sumando y no restando, pues el Islam es para todos y no para algunos privilegiados.
Pero resulta evidente que la onda de la revolución cultural islámica, por razones complejas y múltiples, se agotó casi totalmente a partir del siglo XIV.
Los califas abbasíes de Bagdad, los omeyas de Córdoba o los fatimíes de Egipto enviaron emisarios a todas partes para buscar manuscritos sobre las diversas materias de las ciencias teóricas, la filosofía y las ciencias empíricas. Este movimiento estaba inspirado en las fuentes islámicas y su fuerte prédica a favor del desarrollo del conocimiento. Al respecto, escribió el profesor Pervez Amirali Hoodbhoy: "Sin embargo, al final la noción de que sólo el conocimiento práctico es conocimiento útil, y la inevitable marginación del conocimiento teórico, acabaron impregnando a toda la sociedad islámica. Paralelamente, aumentó la rigidez del dogma y se cerraron las puertas a la investigación teológica".
Ello no impidió que en esa época surgiese del mundo árabo-musulmán uno de los espíritus más destacados de todos los tiempos, Ibn Jaldún (1332-1406), precursor de Maquiavelo, Vico y Marx aunque, al igual que Aristóteles, Dante o Cervantes, fuese más un espíritu que echaba una visión lúcida sobre el final de una época que un pensador entusiasta de la conquista y del futuro. Precisamente, leyendo al famoso historiador y sociólogo tunecino Ibn Jaldún, encontramos dos citas que reflejan los que aseveramos: "La medicina es un arte indispensable para las ciudades, a causa de su utilidad bien reconocida. Ella conserva la fortaleza a los sanos y cura las enfermedades al someterlas al tratamiento adecuado" y agrega: "Sin embargo, en las poblaciones musulmanes actuales, el arte de la medicina parece declinar, al igual que la demografía y la civilización"...
La decadencia del Islam correspondió a la de las propias sociedades arabo- musulmanas y si el Islam pudo, al menos en el espacio mediterráneo, perdurar fue esencialmente gracias a la formidable estructura de poder que constituyó el Imperio Otomano. Sabemos que la disgregación y, más tarde la destrucción de este imperio se produjo en diferentes etapas. De la derrota de Lepanto, el año 1571, hasta la revolución de Mustafá Kemal y la abolición del califato, en 1924, transcurren varios siglos durante los cuales se desarrolla una lenta agonía, jalonada por relaciones alternativamente simbióticas y conflictivas con Europa.
Pero, gracias a Dios, no todo ha decaído en el mundo del Islam. El desarrollo de la filosofía, la teología, la jurisprudencia islámica, la mística, continuó progresando sin pausa hasta nuestros días en el oriente del mundo musulmán, aunque en círculos muy reducidos y marginados del poder reinante, más precisamente en Persia y en ciertas áreas adyacentes desde Irak hasta la India, tal como nos lo explica el Seyyed Hossein Nasr,
Fue en oriente donde fructificó el pensamiento místico de Ibn Arabi, de Murcia, donde brilló el iluminismo espiritual de Sohravardi, donde la filosofía adquirió un nuevo impulso con el filósofo Mir Damad y la escuela de Isfahan. Con el gran pensador metafísico Molla Sadrá y su teosofía o filosofía trascendental, con la gran revolución intelectual en la jurisprudencia islámica con el triunfo de los usulin sobre los ajbaries, es decir entre los defensores del rol de la razón en materia de esfuerzo intelectual por inferir las leyes nuevas e interpretar las fuentes islámicas, sobre los defensores de posturas más dogmáticas o apegadas únicamente a los hadices, dichos proféticos existentes. En nuestra época el Seyyed Hossein Nasr destaca a un gran pensador y filósofo islámico como Allamah Tabatabai. También fue decisivo en el campo del desarrollo del pensamiento islámico el Ayatullah Jomeini, más conocido por su faceta política, aunque su imagen esté totalmente distorsionada por intereses políticos muy mezquinos de parte de algunas potencias occidentales, que por su aporte intelectual que no fue en nada menor en el campo de la filosofía, sobre todo la filosofía política, la mística, la moral y la jurisprudencia. Además fue el encargado de llevar todos los adelantos teóricos al campo de la práctica y la realidad social concreta.
Existe un importante movimiento en Occidente que impulsaron el profesor Henry Corbin en el siglo pasado y el Seyyed Hossein Nasr y muchos otros hoy en día, para que se conozca y se beneficie de este desarrollo islámico en Europa y América y sea valorado correctamente su aporte al pensamiento universal. Las generaciones futuras en occidente integrarán, sin duda, estos avances del pensamiento para contrarrestar el asfixiante ambiente que ha generado el positivismo materialista de nuestros días.
Sheij Abdulkarim Paz
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