Antes de embarcarnos en la respuesta a la pregunta anterior, hay que señalar que aunque por nuestra naturaleza amamos lo novedoso y preferimos sobre lo antiguo, hay excepciones a esta inclinación. No puede, por ejemplo, decirse que por el hecho de la gente haber afirmado por miles de años que “2 + 2 = 4”, esto sea obsoleto ahora y debe suprimirse. O bien, sería absurdo pretender que la estructura social de la vida humana, que hasta la fecha ha conservado la especie humana, es ya demasiado vieja y que de ahora en adelante los seres humanos deben vivir individualmente. La obediencia a la ley civil, que en gran medida restringe las libertades individuales, no puede ser abolida con la excusa de que sea obsoleta e irritante. Sería inaceptable si alguien afirmara que ya que en la época moderna el ser humano se ha embarcado en conquistar el universo viajando a nuevas galaxias en naves espaciales, haya que seguir una nueva ruta en la vida de este, la cual liberaría al individuo de la pesada carga de la ley, la legislación y los gobiernos.
La falsedad y lo absurdo de tales supuestos son bastante claros. El asunto de lo nuevo y lo arcaico es significativo donde haya espacio para la evolución, donde el objeto en cuestión permita la evolución y el cambio, fresco y nuevo un día, pero con el tiempo y después de encontrarse con las vicisitudes de la vida; débil y disminuido. Por lo tanto, las discusiones que tienen como propósito arrojar luz sobre la verdad (a diferencia de polémicas banales como debatir sobre los fenómenos naturales, los asuntos relacionados con el mundo de la creación y las leyes de la naturaleza) como la discusión que nos ocupa, declaraciones poéticas de la fábula de lo nuevo y lo viejo no tienen cabida: “Cada palabra corresponde a un determinado lugar y cada punto a cierta locación.”[1]
Volvamos ahora a nuestra pregunta: ¿Puede el Islam dirigir la sociedad humana, teniendo en cuenta las circunstancias de la época moderna? Por supuesto que esta pregunta parecerá superflua una vez que la realidad del Islam y el mensaje del Corán sean entendidos ya que el Islam señala la ruta a la cual apuntan la naturaleza humana y el orden cósmico. El Islam se ajusta a la naturaleza del ser humano. Como tal, proporciona y satisface las verdaderas necesidades humanas, no los deseos ilusorios o lo que dictan los sentimientos propios. Obviamente, siempre y cuando el ser humano sea lo que es, su naturaleza seguirá siendo la misma. A pesar del paso del tiempo, la diferencia en el hábitat, y las diversas circunstancias, los seres humanos comparten la misma naturaleza. Esta naturaleza exige una forma específica de vida, ya sea que los seres humanos estén dispuestos a seguirla o no.
En este sentido, la pregunta anterior puede reformularse: ¿Se alcanzarían la felicidad y la satisfacción de los deseos naturales si se sigue el camino que señala la naturaleza humana? Esto es similar a preguntar si un árbol alcanzaría su destino si creciera de manera natural, provisto de sus necesidades mediante su estructura inherente.
La respuesta a esta pregunta es obvia. El Islam es el camino de la naturaleza humana primordial. Por lo tanto, siempre es el camino correcto para el ser humano; permanece inalterable frente a diversas circunstancias; es la solución a nuestras necesidades reales. Las necesidades naturales e inherentes —no los deseos sentimentales y engañosos— son nuestras verdaderas necesidades. Es la satisfacción de estas necesidades inherentes la que genera la felicidad y la buena fortuna. En su libro, Dios dice:
“Levanta, pues, tu rostro hacia la religión, como un buscador de la fe pura, siguiendo la naturaleza esencial en la que Dios ha creado a los seres humanos, En la creación de Dios no hay cambios. Esta es la verdadera religión pero la mayoría de las personas no tienen conocimiento…” (Corán; 30: 30)
Expliquemos brevemente este asunto. Como es evidente, cada uno de los diversos tipos de criaturas que existen en el mundo de la creación persigue una forma específica de vida y subsistencia y sigue un camino único para su destino individual.[2] Cada criatura puede alcanzar la felicidad al recorrer la ruta hacia su propio destino evitando los obstáculos que pueda encontrar. En otras palabras, la felicidad se alcanza navegando por el camino de la vida y evitando los obstáculos potenciales con la ayuda del sistema innato, con el que toda criatura está equipada. El grano de trigo, por ejemplo, posee un camino único. En su estructura natural está incorporado un mecanismo específico que se activa cuando las circunstancias son propicias. Cuando se activa, el mecanismo inherente absorbe los elementos y los nutrientes necesarios en proporciones específicas necesarias para el crecimiento y subsistencia de la planta y los consume con el fin de conducir la planta hacia su destino específico. La planta de trigo no puede alterar los elementos internos y externos que participan en su crecimiento. No puede, por ejemplo, cambiar su rumbo repentinamente y convertirse en un manzano al crecerle un tronco, ramas, hojas y florecer.
Tampoco puede convertirse en un gorrión, y crecerle un pico y alas. Esta ley es válida para todas las especies, incluyendo al ser humano. El ser humano posee igualmente un camino natural e inherente para el perfeccionamiento de su vida, camino por el cual puede llegar a su destino, a la perfección y la felicidad. La naturaleza humana está equipada con el sistema especial que puede conducirnos por el camino innato y natural que nos lleva a cumplir nuestros verdaderos intereses. El libro de Dios afirma:
“Y por el alma y Quien la creó de forma armoniosa y equilibrada, Inspirándole lo que la corrompe y el temor que la mantiene a salvo, Ciertamente habrá triunfado quien la purifique y habrá fracasado quien la corrompa”. (Corán; 91:7-10)
Basándose en lo dicho hasta ahora, resulta claro que el verdadero camino de la humanidad que lleva a la felicidad, es aquel al cual conduce la naturaleza humana primordial, es aquel que asegura los verdaderos intereses del ser humano de acuerdo con los requisitos de la constitución humana y el mundo natural, independiente de si encontramos este camino aceptable o no, ya que son las emociones las que deben seguir las necesidades de la naturaleza humana y no al revés. Por lo tanto, la humanidad debe construir su vida sobre la base del realismo, no sobre las columnas temblorosas de la superstición y los ideales ilusorios fingidos por el sentimiento humano.
En esta verdad se encuentra la distinción entre la ley islámica y otras leyes. Las leyes predominantes que rigen las sociedades humanas siguen los deseos de la mayoría (es decir, el 51% de la población), mientras que la ley islámica se ajusta a la guía de la naturaleza humana primordial, la cual refleja la voluntad de Dios, el glorificado.
Es por esta razón que el Noble Corán declara la promulgación de leyes como privilegio de Dios:
“…En verdad, el juicio sólo pertenece a Dios.” (Corán; 12:40)
“Para quienes tienen certeza ¿Quién puede juzgar mejor que Dios?” (Corán; 5:50)
Los sistemas jurídicos que dominan las sociedades seculares se establecen ya sea por la mayoría o por un dictador, sin importar si se ajustan a la verdad y cumplen con los intereses colectivos de la sociedad humana. En la verdadera sociedad islámica, sin embargo, es la verdad la que dicta las normas; los deseos de los individuos ceden ante ella.
Por lo tanto, la respuesta a otra crítica, —especialmente la que afirma que el Islam está en conflicto con la tendencia natural de las sociedades modernas que gozan de absoluta libertad y satisfacen todos sus deseos, siendo así que esta sociedad no sucumbirán a las numerosas restricciones impuestas por el Islam— también está aclarada. Sin lugar a dudas, comparando el estado oscuro del ser humano moderno —con la depravación, el libertinaje y la opresión que impregnan todos los aspectos de la vida humana, poniendo en peligro su propia existencia— con el luminoso Islam, se puede encontrar la falta de armonía absoluta entre los dos. Sin embargo, cuando se compara la divina naturaleza humana primordial con el Islam —la religión primordial— uno comprende su perfecta armonía. ¿Es concebible que la naturaleza humana pueda estar en desacuerdo con el camino al que conduce? Desafortunadamente, sin embargo, la corrupción y la ilusión han contaminado la naturaleza primordial del ser humano moderno de modo que ya no reconoce el camino al cual intrínsecamente apunta su esencia.
La solución racional a este dilema consiste en luchar para lograr el estado deseado, no en desesperar y sucumbir. El Islam tiene que ponerse al frente y tomar el lugar de las otras ideologías y visiones del mundo que se oponen a él. Esto sin duda será un proceso arduo y requerirá de mucho sacrificio. La historia testifica que los nuevos métodos y regímenes se enfrentan invariablemente a la oposición feroz del estatus quo. Ellos prevalecen sólo después de ganar innumerables batallas (muchas de ellas sangrientas). Aun cuando prevalecen, toma tiempo borrar el nombre del antiguo oponente. La Democracia, que según quienes la proclaman, es el método de gobierno más favorable para las necesidades humanas fue establecida sólo después de acontecimientos sangrientos tales como la Revolución Francesa e incidentes similares en otros países. Del mismo modo, el Comunismo (que según sus defensores, es la síntesis de los esfuerzos progresivos de la humanidad y la más gloriosa bendición de la historia), en su estado incipiente experimentó mucho derramamiento de sangre que ocasionó la perdida de millones de vidas en Rusia, Asia, Europa y América Latina, hasta que finalmente echó raíces. En este sentido, el argumento de que las personas pueden encontrar difícil de aceptar las restricciones islámicas no es suficiente para demostrar la incompatibilidad del Islam con la sociedad moderna. Al igual que los otros sistemas, obviamente el Islam necesita tiempo para establecerse firmemente.
[1] Proverbio persa que subraya la imprudencia de hacer comentarios irrelevantes.
[2] Las siguientes aleyas testifican esta verdad: “Nuestro Señor es Aquel que le dio a toda cosa su creación (propia) y la guió.” (20:50)
Fuente: EL ISLAM Y EL HOMBRE CONTEMPORANEO, (Conjunto de preguntas realizadas a Al-lamah Tabātabā’i); Editorial Elhame Shargh
www.islamoriente.com, Fundación Cultural Oriente
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